jueves, 11 de junio de 2009

11. No soy tan diplomatico cuando me inflan



Hogweed: ah Cielo, estaba pensando en decirte algo cuando te viera
HIEDRA: decímelo ahora
Hogweed: pero te lo digo ahora. En cuatro meses ya te habrás dado cuenta, pero igual: no esperes de mí una típica relación de novios. O sea: salir todos los viernes, cumplir todos los horarios, cumplir todos los sábados a tal hora, etc, etc. Todo esto por una simple y sencilla razón: ya lo hice y me di cuenta de que no sólo no sirve para nada sino que aburre, cansa, crea rutina. Entonces decidí no volver a hacerlo. Vamos a salir, pero sin ataduras. Entonces yo no te presiono y vos no me presionas, ok? Todos contentos.
HIEDRA: yo te presiono?
Hogweed: por ahora no
HIEDRA: si te sentis presionado decimelo
Hogweed: lo mismo espero de vos. Tus padres no van a entender esta relación nunca.
HIEDRA: ya sé… y no sé cuánto vamos a aguantar así, con el mundo en contra
Hogweed: Cielo! Qué decís?
HIEDRA: nunca pensaste en tirarlo todo a la mierda? Yo varias veces
Hogweed: en serio me decis eso? Yo cada vez estoy más convencido de que estemos juntos
HIEDRA: sí, pero es demasiada presión, me están apretando de todos lados, Ale
Hogweed: me querés?
HIEDRA: te amo
Hogweed: vas a dejar que hagan lo que quieran con vos?
HIEDRA: no sé hasta cuándo voy a poder impedir que lo hagan
Hogweed: Cielo, no me gusta esto. Si no estás segura, decimelo ahora. No quiero meterme hasta las orejas en algo que no va a funcionar así porque sí. Para mí no es sencillo, me la estoy jugando. No te pido nada solo que no te tires en contra mío vos también. Sos la única que tengo de mi lado. Si es TU decisión cortar, está bien; pero si es la de ellos, me mato.
HIEDRA: te quiero
Hogweed: Cielo, te estoy hablando en serio. Si estoy con vos es porque creo en vos, en tu carácter. No quiero una persona débil, influenciable. No, no, no y no. Gorda, si vos aguantas, ellos se van a cansar antes.
HIEDRA: eso me preocupa… no sé quién va a aguantar más
Hogweed: Cielo!!! No aflojes!!!
HIEDRA: veremos.
Hogweed: nunca pensaste en hacer terapia?
HIEDRA: terapia?
Hogweed: no te trato de loca, si?
HIEDRA: no?
Hogweed: por lo que te conozco, te noto un tanto “reprimida”
HIEDRA: cómo?
Hogweed: como que necesitas demostrar cosas que no son reales y que te cuesta expresarte y mostrarte como sos; te mostras como quieren que seas. Los americanos lo llaman “acting”. No te enojes.
HIEDRA: no me enojo. Pero qué cosa te parece que no es real?
Hogweed: si te digo esto es porque quiero que estés mejor con vos. Me parece que (sobretodo tu mamá) te presiona para que seas LA mejor en TODO. Y TODO no es posible. La mejor en danzas, la mejor en tennis, la mejor en piano, la mejor en el cole, la mejor. Es demasiada carga. Está bien intentarlo pero es mejor asumir la realidad. Yo te quiero como sos, seas la mejor o no.

De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: martes, 23 de mayo de 2000

¿Qué está pasando? ¿Qué mierda pasa entre nosotros? No quiero parecer pesada, no quiero que pienses que sos todo en mi vida, no quiero que te des cuenta. Pero ¿Cómo hago cuando estoy sola en mi casa y tengo ganas de abrazarte? ¿Qué hago cuando siento que no te intereso nada? ¿Cómo hago? ¿Cómo hago cuando sé que sos todo lo que tengo?

Si me quisieras una milésima parte de lo que te amo, sería feliz.

Cielo


De: Alejandro Tacoune
Para: Cielo “HIEDRA”
Recibido: 23/05/00

A tus repentinos y constantes cambios de humor intento acostumbrarme. No veo por qué vos no podés hacer el intento para bancar un mal día mío ¿no? Si sumamos mi mal día a cuánto te celo, resultan algunas de las contestaciones de ayer.
Entre nosotros no pasa “mierda”, todo lo contrario. Creo que si aguantamos juntos seis meses es porque pasa algo más que mierda. Y otra cosa, ¡pendeja egocéntrica! Cuando tenés que serlo no lo sos! ¿Sabés qué es lo más importante que tenés? ¡Sos vos! Yo soy un condimento, a lo sumo un motivador; nada más. Te habrás dado cuenta de que no pienso ser todo lo que tenés, pero sí estoy contento porque me contás tus cosas, porque te expreses, porque cambies, porque pienses (y quizás algo de culpa tenga en eso). Además, si yo me muero mañana ¿qué vas a hacer? O sin ser tan trágicos, si me voy dos meses de viaje? Entendés? No soy todo lo que tenés, solo una parte quizás importante, pero reemplazable. No soy único ni irrepetible.

Hay muchos alejandros dando vueltas, pero solo un Cielo
Baby, relajate.

I love you.


De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: 30 de mayo de 2000
No me gusta que tus amigas me desplacen, es más: me pone histérica. Los sábados para salir conmigo estás cansado y además tenés que jugar partido de fútbol el domingo a la mañana. Pero para tu amiga es distinto. Para ella el sábado sí estás. Y por ella no te interesa tu partido del domingo.

No me gusta nada, nada, NADA.
Cielo


De: Alejandro
Para: Cielo
Recibido: 30 de mayo de 2000

A ver si ponemos en claro algunas cuestiones: mis amigas no te desplazan. Los sábados jamás salgo. No es que no salgo con vos porque “estoy cansado” (de hecho estoy más cansado los viernes, por ejemplo). Es cierto que los domingos me levanto temprano, por eso salimos nosotros los viernes (y porque vos cenás con tus padres también). Además sabés que paso los fines de semana con mis viejos en Monte Grande.
Pero hay un detalle: mi amiga viene muy poco a Buenos Aires y de esas muy pocas veces solo alguna se decide a salir (de hecho la vi una sola vez en años) y lo único que falta es que para verla, yo le arme la agenda. “Cecilia, vení el lunes a la tarde que es mi día libre”.

Cielo, por favor, no sé por qué me hacés estos planteos.

Hogweed: no sé qué te pasa, realmente no lo entiendo.
HIEDRA: qué es lo que no entendés?
Hogweed: tenés celos de Cecilia?
HIEDRA: no, de tu perro.
Hogweed: Cecilia está casada, vive a más de 1500kms, la vi una sola vez en mi vida. Es increíble la escena que me hacés.
HIEDRA: increíble? Mi novio que no lo veo nunca va a salir con una chica que vio una sola vez en su vida, un sábado, cuando se supone tiene que estar cansado y descansando para el partido del domingo.
Hogweed: mi amiga viene dos veces por año a Buenos Aires y tengo que darte explicaciones por eso???!!!
HIEDRA: no des un cuerno y chau.
Hogweed: las cosas son así, vos lo sabés. A mí no me conformas con un “chau”
HIEDRA: no me interesa conformarte.
Hogweed: si esta es la nueva Cielo, no me gusta definitivamente.
HIEDRA: no mezcles las cosas, no estamos hablando de mí sino de vos.
Hogweed: vos estás hablando de mí y yo de vos. Sabés que no me gustan las presiones. No te presiono y no soporto presiones de ese tipo.
HIEDRA: hacé lo que te plazca, no te presiono.
Hogweed: no me gustan tus contestaciones de pendeja.
HIEDRA: son contestaciones de pendeja porque soy una pendeja. Lo supiste siempre, siempre. No pretendas que tenga contestaciones de adulto porque tengo quince años y razono como alguien de quince años.
Hogweed: tenés quince cuando querés y te conviene.
HIEDRA: siempre tengo quince.
Hogweed: no me vengas ahora con que “tengo quince años”
HIEDRA: los tendré hasta dentro de catorce días.
Hogweed: me voy a dormir. Suficiente.


Siempre odié mis cumpleaños. Supongo que porque es el festejo del día en que nací y últimamente estoy en contra de ese día. Desde chica, los detestaba. Me pasé la vida psico-somatizando cumpleaños y demás situaciones desfavorables para mi sanidad mental. Que quede claro: odio mis cumpleaños, los ajenos me divierten. Cuando era muy chica, Mamá quería festejarme todos los cumpleaños con compañeritos a los cuales no me unía ningún lazo de ningún tipo. En cada uno me pasaba algo antes de que llegasen los invitados: en los últimos vomité y volé de fiebre. Y como el ave fénix, cuando se iba el último invitado se me pasaba todo y me sentía espléndida.
Siempre me la agarré con mi cuerpo para mostrarle a la gente lo que pensaba, lo que sentía o lo que no me animaba a decir (así también como lo que decía sin ser escuchada). Mi cumpleaños número dieciséis fue diferente del resto. No lo festejé, como es un clásico en mi vida, pero Alejandro y mis amigas fueron a visitarme. Pocas veces había estado tan contenta en un cumpleaños: Alejandro me condimentaba la vida con dulce veneno. Aunque estábamos peleados por la venida de Cecilia y otros temas, Alejandro viajó y me vino a ver. Yo estaba feliz y aún así, no estaba conforme. Algo muy fuerte pasaba adentro mío: el estúpido sentimiento de desesperación, de abandono. Alejandro no me estaba abandonando, pero en cada uno de sus emails yo lograba decodificar la misma frase “me estoy peleando con vos despacito, casi sin que te des cuenta y cuando abras los ojos ya no voy a estar”. Miedo al abandono. Soy abandonada por todos: amigas, padres, novio, profesores. Todos me abandonan, ¿por qué Alejandro no lo haría? Estaba esperando amargamente el día en que no volviera jamás. Eventualmente llegó ese día, pero antes, algunas codificaciones más.

20 de junio de 2000

Hogweed: por qué te portás así?
HIEDRA: porque no soporto más todo esto, tu indiferencia; no quiero más esto, no así.
Hogweed: no creo que la culpa sea enteramente mía
HIEDRA: buenísimo, llegamos a la etapa de echarle la culpa al otro. No me tomás en serio.
Hogweed: no te echo culpas. ¿No te tomo en serio? Me parece que te falta aprender algunas cosas, pero es normal.
HIEDRA: me falta aprender mucho, pero no tiene nada que ver, no viene al caso.
Hogweed: sí viene al caso, porque vos no sabés valorar nada de nada
HIEDRA: ahora tus actitudes son valiosas?
Hogweed: chau, no voy a soportar que me digas esas boludeces, Cielo
HIEDRA: no son boludeces, pero si querés olvidate de todo
Hogweed: no me voy a olvidar. Olvida vos si querés, no me digas lo que tengo que hacer.
HIEDRA: nunca te digo lo que tenés que hacer, por eso te fuiste a mar del plata todo un fin de semana mientras sabías que yo necesitaba hablar con vos porque estaba mal. Estoy cansada de arreglar los problemas superficialmente, no quiero más de esto; no estamos bien.
Hogweed: si estás cansada de arreglar “superficialmente” pensá en arreglarte vos antes de intentar hacer algo conmigo.
HIEDRA: no intento nada con vos y conmigo hago lo que quiero. Sé hasta dónde llega mi libertad, no intentes interceptarla.
Hogweed: bueno, pensá qué hacés con tu vida, cómo te fue, cómo te va y cómo te va a seguir yendo si seguis así.
HIEDRA: es cosa mía, no estamos hablando de mí, sino de nosotros.
Hogweed: esta relación tiene que ver con vos, Cielo. No puedo separar a la Cielo-persona de la Cielo-novia. Sos una sola. Si estás mal en tu vida, estás mal conmigo.
HIEDRA: no estoy mal con mi vida.
Hogweed: entonces no te conozco nada y estoy muy equivocado. Lo único que puedo decirte es que haberme ido ese fin de semana no me hizo bien. Y que quiero sentarme a charlar tranquilo con vos. Te interesa seguir conmigo?
HIEDRA: es lo que más quiero pero no es lo que mejor me hace. Entonces si estoy mal con o sin vos prefiero estar mal sin vos; porque estando con vos el problema es doble: porque seguimos peleando eternamente.


De: Cielo
Para: Alejandro
Enviado: 19 de julio de 2000

Hoy hace mucho frío fuera y dentro de mí. Pienso que tal vez siempre fue así pero estaba ciega, entonces ahora sí puedo darme cuenta porque ciertas cosas me fueron abriendo los ojos de a poco.
Quise escaparme un poco de la realidad pensando que todo iba a cambiar con el tiempo, pero ya ves: mañana van a ser ocho meses y todo sigue igual. Mal.
Este email puede parecerte muchas cosas, incluso un email como cualquier otro de los cientos que te mandé durante meses. Pero este es diferente, es el de despedida. No me voy por una semana o por dos, me voy de tu vida para siempre porque sé que estoy de más. No me necesitás tanto como yo a vos y muchas veces me dijiste que en las relaciones hay que dar y recibir por igual; no se está cumpliendo esa regla. Siento que siempre sentí más que vos.
Entonces digamos en nuestra relación no existe un equilibrio. O no nos vemos nunca, o estamos peleados… siempre hay un tema para discutir entre nosotros. No tuvimos ni una sola semana de paz en ocho meses. Creo que es importante un poco de relax, creo que llegó el día, ¿no?
El tema de vernos más seguido también quedó en la nada. Ya ves: durante el año te veo (si se te antoja) dos veces por semana. Ahora estoy en vacaciones, no te voy a ver ni una vez. Hoy no, Alejandro tiene una reunión de amigos. Mañana tampoco, viaja. ¿Qué tiempo me dedicas de tu vida? ¿Cuatro horas por semana? ¿eso es un noviazgo? “Con respecto a vernos más seguido, sabés que se complica un poco: mis horarios, los tuyos, estamos un poco lejos, etc; pero vamos a tratar”. No. No te creo una palabra más. Ahora ni siquiera nos vemos los días que supuestamente nos teníamos a que ver. Olvidate.
A los dos nos gusta que el otro nos diga cuánto nos quiere, pero ninguno de los dos obtuvo nunca lo que quiso. Nunca fue bastante, no nos alcanzó. Tal vez a vos sí te alcanzó, porque no necesitaste nunca verme. Pero no fue suficiente para mí, que te quise con el alma y no podía verte jamás. Tampoco tuviste en cuenta que además de escuchar “te quieros” hay que demostrarlos. Shakespeare dijo alguna vez: “no ama quien no lo demuestra”. Creo que describe perfectamente el “amor” que me tenías.
“Pendeja, no lastimes a quien necesitás, tirá tu orgullo a la mierda alguna vez”. Me parece que te hice demasiado caso. Dejé que hicieras lo que quisiste, que vinieras cuando quisieras, que hicieras y deshicieras sin importarte nada de mí. ¿Pensás que sos el único que extraña?
Además, había muchas diferencias entre nosotros. Pero la más notoria era que yo no me quería nada y vos te amabas demasiado. Tanto que en vos no había lugar para mí. Tal vez encuentres a alguien a quien ames tanto como te amas a vos mismo y ese va a ser el amor verdadero. Es un consejo, si yo no lo aguanté, creo que nadie lo va a aguantar, porque yo con esas cosas soy bastante paciente. Es solo un consejo.
La pregunta es: ¿por qué no me dijiste desde el principio que te habías tomado nuestra relación de otra manera? ¿Por qué no me advertiste? Te hubiera amado menos, te hubiera dado menos. Ahora estoy atada a vos y es un infierno; por eso decido alejarme ahora. Porque si seguimos con esto que no tiene nombre, voy a amarte cada día mucho más y no es eso lo que quiero. Tal venzo tendríamos que haber desafiado a nada ni a nadie, y vos tendrías que estar con alguien de tu edad y yo con alguien de la mía. Mejor encuentro a alguien que pueda ver a los amigos todos los días, así ellos no me quitan el tiempo que me tiene que dedicar. Voy a tenerlo en cuenta a la hora de elegir la próxima vez.
Lo que más duele es que nunca tuve prioridad en tu vida. Tu felicidad era condición única para que yo estuviera bien. Siempre te tuve arriba, como el religioso tiene a Dios. Pero yo nunca te interesé demasiado, sino hubieses tenido más ganas de verme. Tal vez tantas como yo. Nunca tuve prioridad en tu vida, mientras que vos fuiste todo en la mía.
Ni como novio, ni como hermano, ni como amigo; me duele verte, escribirte o escucharte. Este es el último email, espero que sepas que no me adapté a tu estilo de vida, a tu filosofía de vida “Light”, cero obligaciones conmigo. No era eso lo que quería para nosotros.
Yo escribo esto suponiendo que vas a entender porque se te un tipo inteligente. Así que a partir de hoy, voy a empezar de nuevo. No quiero hablar con vos. No quiero verte, no quiero escucharte. No me gustó tu “manera”. Tal vez cuando sea más grande me acuerde de vos y entienda lo que me habías querido decir. Quizás ya lo entendí. Por eso hoy, Alejandro, hoy que quiero decidir, prefiero estar con alguien que me ame a mi manera.

Cielo.PD. Pero como te amé yo, no te va a amar nadie.

10. Conversaciones compulsivamente legibles



Clara14: tenés novia? Hablando en serio, de hermana a hermano.
Hogweed: corté hace un par de semanas
Clara14: ¿por?
Hogweed: porque no se decidía qué hacer con su vida. No sabe nada de nada.
Clara14: ¿y cómo estás?
Hogweed: no estoy mal. No estaba súper enamorado, estábamos bien, la pasábamos bien, pero fue.
Clara14: nueve de cada diez hombres dicen “la pasábamos bien pero”.
Hogweed: la pasábamos bien en todo sentido (no solo en el sentido que pensás, niña!). Clarita, de hermano a hermana: sexo podés tener con cualquiera, pero no vas a sentir con cualquiera.
Clara14: bueno, yo de eso no sé nada. Soy re tonta.
Hogweed: eh? No digas eso. Mirá, te cuento algo. Yo mi primera novia la tuve a los quince años (ella tenía catorce). Nos amábamos mucho. Esperamos casi dos años antes de tener relaciones. Cada uno tiene sus tiempos. Lo importante es saber respetar. No sos más viva por tener sexo.
Clara14: bueno, qué sé yo…
Hogweed: cuando llegue tu momento te va a salir solo. Y depende mucho también de la persona que tengas al lado tuyo en ese momento.
Clara14: y a esta última vos la querías tanto como a la primera?
Hogweed: la quería, pero distinto.
Clara14: ¿por qué distinto?
Hogweed: porque a medida que pasan los años/relaciones uno se pone duro para no sufrir. Entonces querés, pero con resguardos.

12 de octubre de 1999

Clara14: ¿cómo estás?
Hogweed: bien, no puedo estar de otra manera cuando estás vos
Clara14: me derrito
Hogweed: dejame derretirte
Clara14: me dejo.
Hogweed: ¿segura?
Clara14: si… no me lo digas así si no querés que me derrita!
Hogweed: la próxima vez te lo digo en vivo y en directo
Clara14: mmm… ¿me lo vas a decir?
Hogweed: te vas a derretir?
Clara14: ¿querés que me derrita?
Hogweed: quiero que seas real y sincera
Clara14: se sincero vos… me lo vas a decir?
Hogweed: soy sincero, hermanita. ¿si te lo digo vamos a dejar de ser hermanos?
Clara14: no sé
Hogweed: entonces no sé si te lo voy a decir
Clara14: bueno, tenés tiempo para pensarlo.
Hogweed: sí, como tres años, no?
Clara14: ni lo digas…
Hogweed: de acá a tres años no creo que te derritas
Clara14: por qué decis eso?
Hogweed: porque es así… cuando te acostumbres a que te lo digan tantos…
Clara14: por qué siempre pensás lo mismo? No tenés que ser tan cerrado
Hogweed: no soy cerrado; soy realista, niña. Tengo algunos añitos más que vos vividos
Clara14: ya lo sé y ese es el problema
Hogweed: no es tan grave tampoco. Por más años que nos llevemos, te quiero igual.
Clara14: yo también te quiero MUCHO pero esos años existen y no puedo hacer nada
Hogweed: los años existen, y no podemos hacer nada, pero en algún momento me vas a dar la razón y vas a ver que no son impedimento para nada
Clara14: por qué decis que no son impedimentos?
Hogweed: te vas a dar cuenta de que hay gente que jamás crece, que la edad del dni es mentira, gente que jamás madura. Y otra lo hace tan rápido… tan!
Clara14: puede ser
Hogweed: es lógico y lo entiendo, hermanita, que con quince no pienses lo mismo. la diferencia te parece abismal. Estoy pensando…
Clara14: ¿qué estás pensando?
Hogweed: evaluando. Evaluando cuántos años de prisión me corresponden
Clara14: ¿si hacés qué?
Hogweed: si empezamos. Pero vale la pena.
Clara14: entonces quiero que estés preso
Hogweed: y que empecemos?
Clara14: ya sabemos cómo son las cosas…
Hogweed: insisto.
Clara14: me gustas. Digo… me gusta eso de vos
Hogweed: sabés qué voy a hacer la próxima vez que te vea?
Clara14: qué?
Hogweed: te voy a sampar un beso de primera… después hablamos
Clara14: me comunica con Alejandro, por favor?
Hogweed: partió en un tren rumbo a tu ciudad. Dijo que iba a ver al amor de su vida.
Clara14: eso dijo?
Hogweed: así es
Clara14: decile que lo quiero.
Hogweed: hermanita, un día jugando con fuego te voy a quemar
Clara14: sí? Espero ese día
Hogweed: bueno, la próxima vez que nos veamos
Clara14: mientras tanto dejame jugar
Hogweed: siempre podemos jugar
Clara14: entonces? Qué sábanas querés?
Hogweed: cuando seas grande vas a ver qué lindas son las de seda
Clara14: ¿Por qué no puedo verlas ahora?
Hogweed: porque voy preso.

06 de noviembre de 1999

Hogweed: estoy con las defensas bajas
Clara14: pobrecito
Hogweed: si… vas a tener que cuidarme, hermanita
Clara14: siempre te voy a cuidar, pero ¿quién te cuida de mí?
Hogweed: mmm… moriré contento
Clara14: bien, bien. No voy a matarte.
Hogweed: haceme lo que quieras
Clara14: entonces preparate!
Hogweed: lo estoy. Yo diría que te prepares VOS.
Clara14: ¿Qué me vas a hacer?
Hogweed: si te digo pierde emoción
Clara14: buenísimo, amo descubrir
Hogweed: mmm… tanto para descubrir…
Clara14: bueno, la próxima.
Hogweed: la próxima te enseño algo. Una muestra.
Clara14: ¿muestra de?
Hogweed: muestra de lo que vendrá
Clara14: ¿Qué vendrá?
Hogweed: ¡Pierde emoción si te cuento!
Clara14: bueno, espero entonces. Pero no te arrepientas ¿eh?
Hogweed: te puedo asegurar que no me arrepiento, por ahora. Detrás de los barrotes, veremos.

08 de noviembre de 1999

Hogweed: un desastre la noche
Clara14: hagamos que deje de ser un desastre
Hogweed: para eso me conecté
Clara14: querés venir a casa?
Hogweed: no tengo problemas, pero no sé qué dirán tus padres
Clara14: no hay problema, están todos durmiendo
Hogweed: lo pensaste ya, no?
Clara14: ¡cuántas veces! Vos no hermanito?
Hogweed: no conozco tu casa
Clara14: te gustaría conocerla?
Hogweed: yo te sigo.
Clara14: mejor que no me sigas
Hogweed: ¿por qué no?
Clara14: porque para el jacuzzi compré velas aromaticas afrodisiacas
Hogweed: mostrame, a ver?
Clara14: no, tenés que venir acá. Sentis el olor que dejan en la piel?
Hogweed: ok, voy. Me tenés “extasiado”. Hermanita ¿cuándo te veo?
Clara14: cuando quieras
Hogweed: ahora?
Clara14: ahora no porque estoy semi-desnuda
Hogweed: ¡hermanita!
Clara14: perdón! Te prometo volver a ser la inocente y pura estudiante de colegio de monjas
Hogweed: no… para mí no, eh?
Clara14: entonces? Venis?
Hogweed: cielito, quiero verte. No sé si soy claro.
Clara14: yo necesito verte.
Hogweed: reservame tu viernes. Y tratá de no contarle a nadie… prefiero que no se sepa
Clara14: que no se sepa qué?
Hogweed: mmm… después del viernes te digo.
Clara14: jaja… te apreté con una pregunta, siempre sos vos el que me aprieta
Hogweed: todavía no tuve el placer, ejem.
Clara14: vamos a ver si personalmente me respondés así
Hogweed: vamos a ver si personalmente tenés tiempo de preguntar.
Clara14: después vemos cómo nos encontramos
Hogweed: vos buscá un twingo rojo y yo busco a la más linda
Clara14: vos buscá a alguien que… no sé qué me voy a poner!
Hogweed: no te pintes, te prefiero natural la primera vez. Sos linda naturalmente. Arreglate, sino en tu casa no te van a creer que salis a bailar con tus amigas (y llevate algo para el post-desarreglo)
Clara14: me llevo todo
Hogweed: te saco todo

Finalmente, días más tarde se concretó el encuentro. Alejandro viajó a mi ciudad y nos encontramos a escondidas. Me parecía surrealista y divertido tener que esconderme como una vendedora de cocaína. No entendía que era tan grave salir con un tipo que me manejaba con astucia.
Les dije a mis padres que saldría con amigas y afortunadamente me creyeron. Ese 19 de noviembre Alejandro me esperó dentro del auto. Subí en el twingo rojo y me saludó, me preguntó a dónde quería ir y contesté “no sé”. Mientras miraba el cielo de aquella noche, sentí que me perforaba con la mirada, giré y lo encontré sus ojos serios y fijos en mí. Se acercó y me dio un beso, el más dulce que recuerdo.
A continuación Alejandro manejó sin rumbo, mientras me preguntaba reiteradamente si me sentía cómoda y si estaba bien. Cuando por fin, después de media hora de manejar, paró el auto estábamos en la puerta de su departamento de Avellaneda.
Confieso que me sentí un poco desubicada, sorprendida y por qué no desorientada. No tenía idea de qué estaba haciendo ahí, pero confiaba en ese hombre más que en mi misma y estaba segura de lo que él estaba haciendo. No podía hacerme daño, era mi hermanito.
Entramos en su departamento: prolijísimo, como si no viviese nadie adentro. Mesa, sillas, computadora, cocina, baño, un dormitorio y un balcón. Me acerqué hasta el balcón y contemplé la ciudad: ruidosa y desprolija. Me di vuelta y ahí estaba él, preguntándome si quería tomar algo. Cuando le dije que no, se acercó despacio hasta mí y me dio un beso que me hizo acelerar el corazón.

“Cielo, ¿querés ser mi novia?- preguntó mientras me abrazaba y acariciaba
“sí”- dije yo con lo poco que me quedaba de aliento
“¿Y mi mujer?”

Estábamos besándonos con lujuria y aparecimos casi mágicamente en su habitación. Me acostó sobre la cama y me quitó el vestido de a poco, con una suavidad desconocida para mí. Alejandro tenía manos de seda y sabía cómo y dónde acariciarme. En pocos minutos quedé desnuda. Me besó en todo el cuerpo, me dio masajes en los pies y en la espalda. Y él inmutable, completamente vestido, cosechaba placeres para el futuro. Más tarde, se acostó al lado mío y me dijo “me gusta verte, me gustas desnuda”. Nos quedamos ahí, en la cama, acostados como dos amantes viejos. Yo estaba feliz, descubriendo nuevas sensaciones, olores, placeres, juegos. Para mi sorpresa, Alejandro se paró, y me alcanzó el vestido: “ya es tarde, tenemos que volver”.
Que me haga cuidado de esa manera, es lo único que le agradezco incansablemente. No sé cómo hubiera sido con otra persona, quizás menos trágico y con seguridad menos placentero, pero con Alejandro tuve la sensación de estar segura, de estar como en ningún otro lado. Querida, amada, respetada.
Cinco meses pasaron de encuentros sensuales y llegó el día. Volvimos a encontrarnos como siempre pero esta vez fue muchísimo más placentero para ambos. Fuimos a su departamento y mientras nos besábamos nos desvestimos uno al otro. Nunca había visto a un hombre desnudo, Alejandro era perfecto: piernas largas y flacas, panza de juventud cervecera y un sexo que me hacía temblar. Me acostó en la cama, con suavidad y me repitió que iba a llegar hasta donde yo quisiera. Yo quería; tenía miedo pero a fin de cuentas, Alejandro era excitante. A continuación, se acostó encima mío. Casi sin darnos cuenta, llevados por el calor y la urgencia premeditada, terminamos haciendo el amor. Me dijo que no me iba a doler, porque iba a hacerlo despacito. Le creía, le creía cualquier cosa. Si me hubiera dicho que después de violarme iba a aparecer Papá Noel con una bolsa llena de Barbies para mí, también le hubiera creído. Lo cierto es que no me dolió demasiado (no tanto como me habían contado que dolía) a pesar de que Alejandro era enorme. Que Alejandro me haya esperado durante cinco meses me hizo tener la confianza suficiente como para amarlo sin tapujos ni resguardos, para dejar que me ame libremente, mostrándome qué se hace y cómo.

9. Acerca de convertirse en una esclava sin saberlo


Me peiné, me pinté, me puse mis mejores ropas y les pedí a mis papás que me llevaran a aquel restaurante. Ya había cumplido quince años y todos mis amigos del chat me habían odiado por no haberlos invitado a mi fiesta. Lo cierto es que no hubo fiesta. Aquel catorce de junio de 1999 no hubo ninguna celebración; estaba yo tan deprimida que ni siquiera había querido cumplir el sueño de toda adolescente: tener una fiesta de quince llena de amigos y gente querida. Lo cierto es que a la única gente que yo quería era a mi familia, y amigos no tenía. ¿Para qué iba a festejar? ¿Para que fuera quién? Mejor era quedarme en casa y hacer como si nunca hubiera cumplido quince.
Pensé que ya era momento de conocerlos. Se juntaban en un restaurante a las 9 y media de la noche el 17 de julio de 1999. Mis padres no estaban de acuerdo con mi participación en aquella reunión y quizás eso hizo que yo quisiera ir aún con más ganas.
Cuando llegué, mi mamá me dejó justo en la mesa donde estaban todos reunidos y me dijo que me pasaría a buscar en tres horas. No protesté, estaba bien. Chequeé la mesa: Yo era la menor, claro. Tenía quince años. Los demás tenían entre 25 y 40, con excepción de Alejandro que tenía 24. Claro que estaba Alejandro, él me había instado a ir. Las cosas estaban claras con él: íbamos a ser hermanos, solo hermanos. Nos separaban ocho años de existencia y nos queríamos mucho, pero legalmente era imposible. Seríamos hermanos.
¡Qué extraña sensación aquella noche! Aunque hablábamos todos los días sin falta, nunca nos habíamos visto personalmente. Tan extraña era la situación para mí, que busqué la silla más apartada y me puse a charlar sin problemas con otras amigas cibernéticas que rondaban los 25 años. No quería estar cerca suyo. Temía decepcionarlo: él siempre me decía que no parecía tener esa edad y hasta pensaba que le mentía respecto de eso. No quería que me ponga a prueba. Tenía una premisa muy cierta en la cabeza: sé escribir, es lo que hago. Pero hablar es completamente diferente y es tan difícil como leer la Biblia en diez minutos.
Sin embargo Alejandro encontró los métodos necesarios como para acercarse sigilosamente. Me di cuenta que estaba al lado mío porque prendió un cigarrillo (meses después me confesaría que no fumaba, que simplemente lo hizo para llamar mi atención). Ahí estaba, él. Mi “hermanito” fumando un cigarrillo al lado mío. Tantas veces estuvimos juntos estando lejos… y sin embargo ese día estábamos cerca y más separados que nunca.
Después de unos minutos me saludó, hizo algún comentario gracioso acerca de alguno de los miembros del grupo y poco tiempo después apareció mi mamá y me fui. A partir de ese día Alejandro se convirtió en la persona más importante del mundo para mí: me levantaba media hora antes del horario de ir al colegio, solamente para chequear emails y ver si tenía alguno suyo. Cuando volvía del colegio comía en frente de la computadora mientras hablaba con él. A la tarde iba a inglés y hacía los deberes del colegio. Y a la noche: antes y después de comer. Como puse en algún email: “sos lo primero que veo a la mañana y lo último en lo que pienso cada noche”. Me estaba enamorando de un hombre casi diez años mayor que yo. Estaba cometiendo un error: era excitante, estaba rompiendo las reglas.

Miércoles, 28 de julio de 1999 12:12am
De: Cielo
Para: Hogweed

Te juro que tengo muchas ganas de verte, no sé por qué, realmente no sé. Pero ahora que me voy de vacaciones, me pongo a pensar en que no vamos a chatear por algunas semanas y eso ya no me gusta nada. Hablar con vos es una necesidad, porque realmente me hace muy bien. Cada vez que hablo con vos me dejas boba, porque me sorprendes con esa mezcla de ternura, dulzura, perspicacia e inteligencia. Y por otro lado tengo miedo: porque hoy somos amigos, “hermanos”, pero mañana… mañana no sé. Aunque nos llevamos muchos años de diferencia yo sé que tenemos mucho en común, aunque vos sepas mucho y yo demasiado poco de la vida.
Con esto quiero decirte todo lo que te quiero, porque aunque siempre te lo repito, sé que te gusta que te diga lo que pienso. Sé que quizás este es un cariño diferente porque somos “hermanos” pero me quedé pensando cuando me dijiste que necesitabas “amor”. Me quedé algo pensativa y reflexioné: sos el tipo de hombre que cualquier mujer necesita. Sos un tipo comprensivo, que quiere escuchar, que sabe escuchar, que te ayuda a resolver cualquier problema. Sos dulce, tierno, cariñoso… lo cual me deja pensando: ¿Cómo es que este chico no tiene novia? Y bueno, Dios le da pan…
Pero sabemos muy bien que es un amor “entre hermanos”, un inmenso cariño entre hermanos. Solo que me asombra un poco el tema de tu soledad, que quizás te guste pero (por mucho tiempo) a nadie le gusta estar solo. Yo siempre fui una chica muy solitaria, aunque no parezca, muy de hacer la mía sin importarme lo que me dijeran los demás; pero cuando crecí me di cuenta de que necesito de alguien. Alguien que me escuche, que me quiera y que en definitiva me ame y me de lo que quiero: una relación estable, seria, sin mayor compromiso que amor duradero. Y si yo a los quince pienso eso, me imagino lo que pensarás vos que tenés 24.
Quiero decirte que sos un amigo muy especial, que te quiero mucho y quiero darte las gracias por todo lo que me das. Gracias por tu atención, realmente la necesito. Jamás, jamás, jamás te olvides de mi eterno cariño.

Clarita

Clarita. Ese era mi nombre de ficción para el chat. Por alguna razón no me gustaba mi nombre y por otra estúpida razón habíamos decidido ser “hermanitos”. Estupro, esa era la razón: pero la entiendo recién ahora, después de siete años. Alejandro era táctica pura, un estratega de los más astutos. En aquel momento, sin embargo, era él la única razón por la cual sonreía y por qué despertarme feliz.
Pronto Cocol fue sumiéndose en el recuerdo de algo inconcreto, un deseo irrealizado y ya casi archivado. Aunque Alejandro no ocupaba el lugar que yo quería en mi vida, fui aprendiendo a acomodarme a sus peticiones, a sus antojos. ¿Una hermana quería? Bien, exactamente eso iba a tener. Pero mi táctica a fin de enamorarlo estaba por empezar.
No fue muy difícil enamorarme de él, era todo lo que yo quería, lo que necesitaba en ese momento y quizás lo que había necesitado toda la vida, aunque se ocupaba permanentemente de recordarme los ocho años de diferencia que teníamos (“maldigo una vez más los ocho años que nos separan y me conformo una vez más con la condición de “hermano”) y de decirme que él sentía lo mismo que yo. A su modo, Alejandro fue mi mentor: me enseñó a expresarme, a tomar decisiones importantes y a desarrollar pensamientos lógicos. Pero por sobre todas las cosas Alejandro era una inminencia en oratoria y persuasión. Y yo, afrontémoslo, era una presa fácil. Triste, solitaria y necesitada de afecto y contención. El lobo había conocido a su cordero.
No puedo decir qué me gustaba más de él: si su forma de hablar o de escribir o el misterio que lo rodeó toda la vida. O quizás, la manera en que me trataba, nunca me habían tratado así: con tanto miedo a que me rompa, con tanta delicadeza, tanta dedicación. Sus frases aún dan vueltas en mi cabeza, en mi memoria: “tus ganas de verme son correspondidas, hermanita. Yo también tengo ganas de verte pero tenés que aprender a controlar tus emociones/deseos. Es fundamental para tu vida, para vos. Tenelo en cuenta”.
Para cada frase mía él tenía una respuesta perfecta, hecha a medida. “No nos vamos a ver por ahora, pero a no desesperar por eso. No es bueno que creemos una dependencia (el uno del otro) tan fuerte. Es bárbaro poder estar bien, pero no tiene que ser condición única para estar bien, ¿se entiende?”. “Bonita de mi corazón, no tengas miedo. El miedo te hace dudar, perder oportunidades: no te deja vivir ni sentir. No temas, aprovechá cada momento como si fuese el último. Cuando lo logres, no vas a sentir más miedo. No más”. “Hoy somos amigos, hermanos, ¿mañana qué? Seremos amigos, amantes, marido y mujer o nada. Pero amigos podemos ser siempre. Depende, una vez más, de nosotros. Cielito, las cosas Claras”. “No te apures a buscar una relación estable. Las cosas se van dando en la medida que nosotros lo permitimos y en el momento que tenga que darse se va a dar. No busques, no fuerces momentos ni decisiones. Relax”.
Relax. Era su premisa, que hoy sonaba dulce y hasta cariñosa, en un pedido de tranquilidad para llevar a mi calma espiritual. Es grandioso cómo a través de los años las personas utilizan las mismas palabras pero para expresar significados completamente opuestos. Años más tarde “relajate” tendría idéntico significado que “no me jodas”.
Acorde transcurrían los días y los meses, mi relación con Hogweed se fue afianzando. Hablábamos todos los días, sin excepción. La siguiente oportunidad que tuve de verlo fue cuando me fue a buscar al colegio una tarde de ese mismo año. Fuimos a tomar algo. Yo un jugo de naranja, él una tónica. Una hora más tarde yo estaba volviendo a casa… y se avecinaba la tormenta.
Yo en pos de mi personalidad obsesiva compulsiva, había estado imprimiendo todas las conversaciones que mantenía por chat con Alejandro. Me gustaba leerlas, llevarlas conmigo a donde fuera. Así, cualquier momento de ocio era transformado en placer por mí en cuanto leía las conversaciones. Es fantástico, descubrí un método de no dejar que pase el tiempo. De no dejar que los momentos de olviden; de hacerle decir una y otra vez las mismas frases: “no temas, bonita”, “tus ganas de verme son correspondidas”, “yo también te quiero mucho”.Y sin embargo, el papel no fue tan prudente como pensaba. Mamá encontró algunas conversaciones con Alejandro y me preguntó aquella tarde, histérica: “¿Quién es Hogweed?”. Le contesté que era un amigo del chat, pero que no lo conocía personalmente. De ninguna manera me hubiera permitido seguir respirando si se enteraba de que me había encontrado con un hombre desconocido en un bar. Claro que las conversaciones que Mamá había leído serían alarmantes para cualquier madre. Alejandro me estaba incitando, de a poco, a que me gustase, a que me excitase, a que piense en él. Me estaba enamorando… y si por fin lograba su cometido, sabía que duraría para siempre. Dicen que el primer amor nunca se olvida. Y es mentira, porque de Cocol me olvidé. Pero de Alejandro…

8. Un clavo oxida a otro clavo



¿Nunca sintieron que no tenían ganas de nada? Ni de levantarse, ni de comer, ni de hablar por teléfono, ni de saludar a tu familia, ni de hacer cosas que les den placer. Así me sentía yo. Después de la traición de Agustina y haber tomado consciencia de que mi tristeza no me iba a dejar transitar tranquila el camino de la adolescencia, me volqué exclusivamente a Internet. Decidi que era la unica cosa que iba a hacer. Así, empecé a conocer gente en el chat.
Aunque tenía Internet desde el 98 no le presté demasiada atención hasta mediados de 1999. Para ese entonces el MSN era básicamente cosa del futuro Spilbergriano, quiero decir, no se usaba demasiado. En cambio, teníamos el ICQ (un programita al estilo msn pero más arcaico y con sonidos que generaban graves dolores de cabeza en su uso prolongado) y el mIRC. Este último, utilizaba el sistema IRC para conectarse con personas en distintos servidores. DALnet, así se llamaba el servidor donde entraba yo todas las noches a hablar con desconocidos.
Es gracioso lo del mIRC y el fenómeno de Internet en general. Muchas veces uno llega a conocer mucho más, o quizás a creer que conoce mejor, a un cyber- amigo que a sus propios familiares o amigos. Es cierto. Empezas a conocer los horarios del otro: cuándo se conecta, qué páginas visita, con quiénes está hablando, con qué contactos se lleva mejor, cuánto tiempo está conectado, si lo hace desde el trabajo o desde una computadora en su casa. Se puede saber mucho de alguien navegando por la red. Tanto que es hasta peligroso. Pero no me voy a poner a hablar ahora de las bondades y peligros de la net porque no me corresponde, porque me aburre y porque es por demás un tema sabido. Pero permítanme contarles una historia, que no es sabida, ni aburrida, ni conocida. La historia de una transformación feroz: de la muñeca de porcelana que se estropeo contra el asfalto. Una historia de inconvenientes y de las ganas de morir; del hambre, del miedo y una moraleja jamás escrita, una experiencia aún no procesada. Necesito escribir esto. Lean.

Clara14, ese era mi nombre en la red. Clara porque nunca me había gustado “Cielo” (y porque todas las mujeres desagradables se ponían ese nickname) y catorce porque tenía esa edad. Empecé a entrar en #argentina, un canal donde todas las noches me encontraba con la misma gente. Amigas no tenía, eso es sabido, entonces decidí que mis nuevos amigos serían cyber: no podían dañarme. Al final y al cabo siempre juzgué a las personas por cómo escriben: si tienen faltas de ortografía, si usan las palabras adecuadas, si saben utilizar los puntos, las comas y bla bla. Toda la vida me fijé en eso: no quiero sonar exquisita, pero en el chat, cuando un desconocido me escribía cosas como: “ola bellesa” obtenía su pase gratuito a mi lista de ignorados. Sigo siendo así pero en menor medida: conocí muchísima gente buena y que quiero mucho que escriben con muchas faltas de ortografía. En aquel momento una buena escritura era condición única para hablar conmigo, sino podían cerrar la ventana y hablar con otra persona. Lo cierto es que había muchísimas bestias dando vueltas en la red, en DALnet y en #argentina, así que no fue muy difícil distinguir al único ser inteligente de la red: Hogweed.

No sé ni cómo empezar a hablar de él. Supongo que tengo que pensar primero en Maquiavelo. ¿Leyeron El Príncipe? Supongo que Hogweed podría escribir una versión aggiornada del principe. ¿Alguna vez amaron y odiaron profundamente a alguien? Bueno, es hora de contarles mi historia algo lúgubre y con el peor error de las historias: con final abierto. Si aún después de esta descripción quieren adentrarse en este laberinto de musgo, bienvenidos sean. He aquí mi historia, una vez más.
Alejandro. Así se llama. Clara14 y Hogweed se conocieron por casualidad a fines de 1998 en #argentina. Cuando lo conocí estaba sumergida en el mar de Cocol, en esa tristeza desequilibrada que me presionaba las sienes hasta el cansancio, esa moribunda sensación que parecía no terminar: una vez más, un clavo sacó a otro clavo… en realidad esta vez un clavo oxidó al otro. Cocol al lado de Alejandro podría haber sido Robin Hood o madre teresa de Florencio Varela. Quiero decir, en comparación con Alejandro, Sadam Hussein merece el novel de la paz.
Cuando lo conocí faltaban pocos meses para mi cumpleaños número quince, mientras que él tenía 9 años más que yo. Nunca había pensado antes el problema legal del que podría haber sido víctima Alejandro en caso de que mi familia hubiese querido. Tampoco tengo ganas ni tiempo de pensar en eso ahora. Cuando uno piensa que la muerte se avecina, hace este tipo de cosas (escribir memorias, por ejemplo) en un intento desesperado por dejar su huella en un mundo donde nunca hizo la diferencia. ¿Por qué una vez muertos tendrían que resonar nuestros nombres cuando mientras vivos siempre fuimos ignotos? Sólo Dios sabe. Ja, dios. Apuesto a que él, si existiera, tampoco sabría nada. Y no hubiera podido anticipar el horror prometido de Alejandro y su mente manipuladora. De todas maneras, no voy a seguir haciendo juicios de valor porque ustedes merecen tomar partida por cualquier personaje de la historia. Quizás alguno los conmueva más que otro… o quizás algún lector puede descifrar El Código Alejandro y explicarme; porque nunca entendí, pasan los años y sigo sin entender.

Su vida transcurría sin mayores sobresaltos. Hijo de un ferretero y un ama de casa, vivió en Monte Grande, provincia de Buenos Aires, hasta los veintidós años, cuando se mudó a un departamento en Avellaneda. Aunque su pasar económico no era grandioso, pudo comprarse un departamentito. No era Punta del Este ni vivía sobre Gorriti, pero la calle Estévez en Avellaneda cabía sin hacer ruido en su escabrosa biografía. Alejandro nació en Monte Grande allá por 1976 y mil veces maldije ese nueve de marzo.
¿Cómo puede amar y odiar a una misma persona? Bueno, es fácil responder a eso. Alejandro fue un estafador: y como todo ladrón, primero te vende el mejor hotel, con el más paradisíaco paisaje en tu ventana. Lo amas. después llegas a la playa y encontrás un estanque de agua mugrienta. Lo odias. Así son estas personas. Así era él. Así sigue siendo.
Quizás ahora me sea más fácil reconocer a este tipo de individuos pero en aquel entonces tenía solamente catorce años y, aunque creía que me las sabía todas, era simplemente una nena.

Así lo conocí: una noche desvelada por el no-amor de Cocol. Entré en el chat con la simple intención de distraerme por unas horas. Lo encontré o me encontró, me habló. Escribió: “me dijeron que sos muy bonita” y yo que no me creía nada, le dije que estaba equivocado. Así empezamos. Al principio solamente hablábamos una vez por día. Con el tiempo, empezamos a necesitarnos. Es decir, yo empecé a necesitarlo. Nos escribíamos emails, nos dejábamos mensajes en la Net; cualquier medio era válido para mantenernos en comunicación. Alejandro era todo aquello que yo necesitaba: comprensión y sustento. No sabía demasiado de él, pero de algo estaba segura: cuando aparecía en la pantalla su nombre mi corazón se distendía, me hacía vibrar. Alejandro me hacía vibrar y sentir bien. Cocol no. Quizás estaba enamorada del hombre equivocado. O tal vez, solo tal vez, todavía no había conocido al hombre equivocado.
Claramente mi vida social no existía. En el colegio estaba absolutamente ausente. Mis amigas se habían despojado de mí, me habían dejado sola. Y no es que me molestara: estaba más que acostumbrada a estar sola, quizás hasta estaba a gusto. Mi vida comenzó a ser cibernética, transcurría en la red. Perdí la noción de realidad: todo lo que quería era hablar con Alejandro. Hablarle de Cocol, de lo mal que “me hacía”. Alejandro simplemente repetía: “yo no sé si este pibe es tonto o qué le pasa. Yo no te dejaría de lado por ningún motivo del mundo”. En lugar de tomarlo como lo que era, yo creía que era tierno. Alejandro me hacía mucho bien, pero todavía el fantasma de Cocol rondaba por los pasillos de mi mente.Mis relaciones afectivas siempre fueron así: difíciles de concretar (y hasta imposibles) y dotadas de una obsesión incandescente. Una obsesión que me consume, que me mata, que me hiere y que aún así defiendo. Porque llegué a pensar que amor sin sufrimiento no era amor. Y Alejandro no me ofrecía ningún tipo de riesgo, ningún sufrimiento. Además, él vivía en Avellaneda y yo a más de 60 kilómetros. No podía ser, era imposible. Y por supuesto: no lo conocía. ¿Era imposible, dije? Era perfecto.

Hola

hola chicas todas las que se estan leyendo el libro de abzurdah en mi blog y a todas las que me apoyan se los agredezco de todo cora...

les informo que me voy a ausentar el finde por lo tanto les voy a publicar 6 nuevos capitulos...
espero que les guste
take care.!

7. Nunca confies en una reina sin subdito


¡Qué decepción! Digo, darme por enterada finalmente de que la amistad no existe. Al menos no aquella amistad de “bandita” que yo deseaba, aquel apego caballeresco de todas para una y una para todas. No existía. Ni siquiera este grupo tan consolidado podía dejarme entrever una amistad sólida. No existía tal cosa. No había amistad. Entonces decidí que a partir de aquel momento no iba a confiar en nadie (es decir, si se reían de una compañera antigua, ¿por qué no se iban a reír de mí?).
Empecé a pensar en las teorías utilitarias y que quizás no estaban tan erradas. Decidí que mis amistades mayoritariamente iban a ser por conveniencia. Que necesitaba rodearme de gente que me servía para tal o cuál empresa y que si alguien no me era útil directamente pasaba a ser un estorbo. Así, quien no me sirviera sería desechado. Suena bastante práctico, frío y calculador. Y es que así quería ser yo, después de tantos colegios y decepciones. Me jactaba de mis decisiones y a quién me preguntaba le contestaba que me juntaba con esta o con aquella solamente porque las necesitaba.
Pero era ficción, pura mentira. Soy la persona más apegada a los afectos que conozco. Necesito de amigas, de familia, de amores, de mascotas, necesito todo eso; a las personas que me recuerdan quién soy. Pero en aquella época esa era la imagen que quería mostrar de mí y siempre tuve la encantadora habilidad de hacerle creer a la gente que el cielo se está cayendo, aunque sea un día de sol reluciente.
En el año 1998 mis padres habían comprado un terreno en un barrio privado (o country) a veinte minutos de la ciudad. Yo no quería mudarme allá, porque quedaba cerca del Patris, es decir: campestre en todos los sentidos, pero llegó el momento cuando mi papá anunció que ya no viviríamos más donde siempre, porque había empezado a construir una casa en el barrio privado. Para eso, tuvimos que vender el hogar donde viví 14 años de mi vida y mudarnos a una casa a media hora de ahí, más urbana, sí, y más cerca del colegio donde iba ahora y más cerca del centro y de los cines y de todas las cosas que siempre me habían quedado lejos.
Dicen que las mudanzas no son buenas para las personas en desarrollo mental y están en lo cierto, seguramente. Pero yo, que siempre fui diferente, gocé de la mudanza. El colegio me quedaba a diez cuadras (aunque jamás fui caminando, no señor), el centro a tres, peluquerías, gimnasios, cines, librerías, ¡todo cerca! Por primera vez en toda mi vida empecé a invitar amigas a comer, o a estudiar, o simplemente a tomar mate a casa (la nueva, que no quedaba en el pueblo). Así, de a poco, me alejé del grupete y empecé a conocer a otro grupo. Pronto éramos cuatro inseparables compañeras: Agustina C., Agustina A., Hary y yo.
Era la época cuando mis compañeras del colegio empezaban a ir a bailar. No es sorpresivo que a mí no me interesasen esas cosas ¿verdad? Así que mientras mis compañeras iban a llenarse de olor a humo la ropa y el pelo, y a tomar cerveza hasta vomitar y hablar pavadas, yo prefería quedarme en casa leyendo o mirando TV o simplemente escribiendo poemas para Cocol. Patética. Pero así era, así soy y las estadísticas pronostican que así seré toda la vida.
Solíamos juntarnos siempre en una casa diferente. Lo que a mí más me gustaba era ir a lo de Agustina A., porque vivía justo en el centro, en una cuadra llena de negocios, de gente, de vida. A veces nos quedábamos a dormir ahí. Aunque mis nuevas “amigas” me mantenían lo suficientemente ocupada como para pensar, todavía me sentía triste. Un sentimiento desgarrador, que me congelaba los intestinos y se transformaba en iceberg justo en el medio de mi garganta. Sentía ganas de llorar todo el tiempo. Y cuando digo “todo el tiempo” debe entenderse literalmente. No podía ver una película, ni hablar de temas que supiera de antemano me iban a conmover, porque una vez que empezaba a llorar ya no había vuelta atrás.
Alguien me había hecho daño, o yo me había hecho daño. En aquel momento preferí dar por sobreentendido que era Cocol la causa de mis males y de mi profundísima necesidad de morir. Que simplemente me sentía triste por estar viviendo la historia de un adverso amor no correspondido, donde Julieta (yo) estaba a punto de caer envenenada por sus propias lágrimas.
“Mamá, quiero ir al psicólogo”- le dije.
“Ay, Cielo, dejate de pavadas. No necesitas ir al psicólogo”- me contestó.

Y sentí que me moría. Porque cuando tenés catorce años y sos caprichosa y consentida, si tu mamá no hace las cosas por vos entonces son imposibles de conseguir. Necesitaba, o creía que necesitaba, la autorización de mamá para ir al psicólogo: de todas maneras, ella era quien pagaría las sesiones en tal caso, porque yo no había trabajado, ni ahorrado, ni salvado un centésimo.
Les expliqué a las dos Agustinas y a Hary lo mal que me sentía y ellas prometieron intentar ayudarme. Agustina A., siempre me escribía cartitas de apoyo: “vas a ver que vas a terminar con Cocol”, “seguramente van a ser novios” y demás demostraciones de aprobación hacia esa relación. Empecé a pensar que quizás Agus A. no estaba tan equivocada; que tanto amor tenía que desembocar en algún puerto y que el nombre de ese puerto empezaba con “C” y terminaba con “ocol”. Así, me instó a empezar a llamarlo por teléfono. Después de clases, me instalaba en un locutorio en frente de la casa de Agus A. y marcaba el teléfono de Cocol. A veces solamente preguntaba por él y después colgaba… pero después se me ocurrió algo más ingenioso.
Le pedía Agus A. que llamara a lo de Cocol y le sonsaque información: a dónde iba a bailar, si tenía novia, si tenía celular, si salía mucho, qué días se lo podía encontrar en el club de rugby, etc. Así, Agustina empezó a llamarlo, siempre en mi presencia y al finalizar la llamada me pasaba el parte: “no está saliendo mucho”, “está jugando los domingos a las 15hs”, bla, bla, bla. De esa manera, empecé a saber muchísimo más de Cocol y sus costumbres; ahora sabía de quién estaba enamorada, o al menos ahora tenía otros datos además de su nombre.
Mientras tanto Agustina C. estaba enamorada de Martín. Enamorada o le gustaba o lo que sea. Empezamos a ir a un bar donde también se bailaba. Solíamos ir los viernes. Las chicas se ponían nerviosas cuando un chico les hablaba y es entendible: nunca en sus vidas habían tenido contacto con chicos. Yo estaba un poco más acostumbrada a lidiar con los varones, no porque hubiera tenido novio, sino porque había tenido toda la vida compañeros en los diferentes colegios.
Agustina C., Agustina A., Hary y yo estábamos una noche tomando algo en el bar y simulando bailar sin que nos importase nada, cuando de repente se acercó Martín. La cara de Agus C. se desfiguró de sorpresa a miedo y de miedo a desesperación, tanto que decidió correr al baño. Martín y Agustina A. se quedaron hablando. Y yo unos centímetros más lejos con Hary.
“No te gusta Agustina?”- preguntó su homónima
“No, me gusta Cielo”- contestó Martín.
“¿Cielo? Uh… no, no. Cielo es una puta, está en otra cosa, completamente”- replicó mi MEJOR AMIGA.

Cuando le pregunté a Agustina por qué había hecho eso, me dijo que por el bien del grupo: que no quería que nos peleásemos por un chico (¡imbécil, ni siquiera servía para inventar excusas!). Que si Martín no quería estar con Agustina entonces que no iba a estar con ninguna de las otras integrantes del grupo. Está muy bien, acepto la regla (ni que me gustara Martín ¡puaj!) pero ¿qué necesidad había de decir que yo era una puta y que estaba “en otra cosa”? (como si me estuviera drogando, o haciéndome piercings en el clítoris, o fumando hierba taiwanesa). Ninguna necesidad. Simplemente Agustina A. era una pésima amiga y pésima persona (bueno, no por nada está hoy por hoy absolutamente sola y abandonada). ¿Quieren más? Les doy más.
A Agustina le perdoné lo de Martín. Con tal de conservar el único grupo de amigas que quería sinceramente, estaba dispuesta a soportar que una de ellas me llamara “puta” para defender los intereses de otra. Lo entendía; no me gustaba el método, pero lo entendía.
Otra noche, habíamos quedado en encontrarnos en la casa de Agustina C. para maquillarnos, cambiarnos, peinarnos y salir juntas las cuatro. Cuando llegué se había formado una especie de reunión o subgrupo. Allí estaban sentadas las dos Agustinas y Hary, que me dijeron muy seriamente: Cielo, no queremos salir más con vos. Me llevé una ingrata sorpresa y aún no entendía: ¿Qué pasó?
“Que ya no queremos salir con vos. Sentimos que vos sos la estrella –no me voy a olvidar nunca más de eso, la estrella- y que nosotras vamos atrás como si fuéramos tus esclavas. Todo el mundo te mira a vos y nosotras parecemos tus súbditas”. Ahora sí: necesitaba urgentemente un psicólogo o una sierra eléctrica para azotarme hasta la muerte, o mejor: azotarlas a ellas. Dejamos de salir juntas. Y poco tiempo después recibí una grata noticia que me alegró el corazón: Agustina A. estaba saliendo con Cocol. Por favor, depositen la sierra eléctrica en mi cuello. Muchas gracias.

6. Vientos catolicos en el bolsillo


Cuando esa tarde llegué a casa, mamá me dijo: “no hacía falta que te escaparas, ya te habíamos comprado el uniforme para ir al Eucarístico”. Sentí por un momento que todo lo que había hecho no tenía sentido y a la vez, que seguía consiguiendo las cosas sin esfuerzo alguno. Es decir, simplemente tuve que homenajearme con un muñequito de alambre suicida y escaparme y ser mordida por un gran danés. Quizás sí me esforcé. Lo importante era que no iba a volver a ese colegio.
Marina, mi prima, iba al Eucarístico. Y mientras yo, en constante decadencia, usaba el jogging verde, la veía a ella deslizarse graciosamente con un uniforme de colegio de verdad. El mismo que ahora estaba encima de mi mesa: pollera cuadrillé tableada, camisa blanca, corbata cuadrillé, mocasines, medias y pulóver azules. ¡Por fin iba a ir a un colegio de verdad!
Un veinticuatro de junio de 1998 entré en el Eucarístico tímidamente. La directora del colegio me llamó y me dijo: “lamentablemente no había más cupos en noveno “a”, así que vas a tener que estar en noveno “b”. Siempre me pareció gracioso decir a qué curso iba: 9b (no ve, no ve). Estaban en la sala de video. La directora abrió la puerta y dijo: “Chicas, tienen una compañera nueva. Cielo se integra hoy al curso”. Cuando entré en la sala, treinta y un chicas me miraron fijamente. Pocos segundos después, empezaron los comentarios y una de ellas me dijo que me uniera, que podía sentarme con su grupo. Un colegio normal. Algo normal en mi vida. Increíblemente inesperado.
Para ese momento de mi vida yo ya sabía que no era como los demás. No era simplemente que había tenido una infancia un poco diferente: era muy evidente que no tenía nada que ver con mis compañeras del colegio, ni con los adolescentes de mi edad. A decir verdad, siempre me sentí un poco más madura que mis pares. Me costaba seguirles el ritmo a mis compañeras. Mientras ellas hablaban de ropa o de exámenes, yo estaba sufriendo por el primer amor no correspondido de mi vida (como si existieran los amores correspondidos). El amor es perro. Pero aún si pudiera elegir vivir sin amor, no lo haría. Hace tiempo que pienso que es mejor estar doliente por un amor irreal, o maligno o escabroso, en lugar de estar obnubilado por la nada y ser comido progresivamente por el aburrimiento del bienestar. No quiero decir que me sentía más inteligente que mis compañeras: simplemente teníamos diferentes intereses. Eso puede ser positivo o bastante malo: yo me creía muy inteligente y perspicaz, así que jamás lo tomé como un aspecto negativo. Simplemente me consideraba más madura y con la atención puesta en problemas de adultos, tales como el amor. Lo cierto es que el amor te vuelve un bebé, aunque tengas cincuenta o sesenta años. Te deforma, te consume. Y si no es sacrificado no es amor. Mejor vuelvo al Eucarístico.
En pocas horas logré entrar en un grupo del colegio, que más tarde pasarían a ser “el grupete”. Todas en el grupo eran excelentes alumnas, que incluso competían entre ellas a ver quién era la mejor. Justo lo que yo necesitaba: un poco más de competencia. Lo cierto es que no me venía nada mal, me refiero a la competencia. Me hizo dar cuenta de que quizás yo no era tan buena alumna como creía. Estas chicas eran increíbles: la que no se sacaba diez, se sacaba nueve cincuenta. Y lo mejor: eran graciosas y no eran para nada ratas de biblioteca. Se divertían a lo grande, molestaban a las profesoras y obtenían excelentes notas: el modelo de devoción de todo adolescente. Y todo lo que yo quería ser: divertida, hermosa e inteligente. Ellas lo eran. Decidí que ese iba a ser el grupo donde me iba a quedar.
Como en todo colegio, los subgrupos estaban muy bien divididos: las “perdedoras”, el “grupo de rejunte” donde estaban todas las que habían sido desterradas de los demás conjuntos, las “chetas”, las estudiosas, las vagas mal y las vagas bien. A saber: las vagas mal además eran feas y gordas. Las vagas bien eran el “grupete”, vagas pero lo suficientemente inteligentes como para estudiar cinco minutos y quedar eximias.
No podía caer en otro grupo: venía de un colegio bilingüe, era bonita, alta, flaca, hablaba perfecto inglés y era buena alumna. Al grupete, sin pensarlo. “Vamos a decirte con quiénes te podés juntar y con quienes ni te conviene acercarte”- me dijo una de ellas. Así, me empezaron a contar el historial de cada una de las chicas que no pertenecían al grupete. Y más tarde, en secreto ya dejaban deslizar confidencias (a escondidas) de ellas mismas. “Aquella es lesbiana, que ni te toque. Esta otra es una estúpida. Uff… ¡aquella es una amarga!”. En una oportunidad, una de las chicas atinó a decir que me dejaran decidir a mí con quién me juntaría y con quién no. “Dejen que ella se de cuenta sola de cómo es cada una”. Fue censurada odiosamente. “Es mejor así, le facilitamos el trabajo de darse cuenta”. Como si conocer a las personas fuese una pérdida de tiempo. Lo cierto es que tenía catorce años, me sentía hermosa y había llegado a un colegio que más bien parecía el cielo.
Las paredes eran de un blanco eclesiástico y los mármoles brillaban todos los días con la misma intensidad a cualquier hora. No había rastro alguno de suciedad, casi ni parecía un colegio. Y claro: todos los colegios de monjas son así. O de eso me enteré después. Tendría que haberlo supuesto. Nunca en mi vida había asistido a un colegio donde fueran todas alumnas mujeres. Tuve a veces espasmos post-clase porque necesitaba esa complicidad con los hombres y porque sabía claramente que el ambiente femenino es mucho más competitivo que cualquier otro. Y tenía entendido hasta ese momento que la amistad entre las mujeres nunca sobrepasaba el límite de prestarse alguna prenda o decidir de qué color iban a pintarse los ojos. De todas maneras, me decidí a jugar el juego y a tener el corazón más eucarístico que nunca.
Tocó el timbre y las chicas me invitaron a salir al patio con ellas. No era el bosque del Pedagógico ni del Patris, pero tampoco era el patiecito de dos por dos del Estrada: era más bien un patio de casa normal. Baldosas cuidadosamente aseadas, chicas luciendo uniformes como en un desfile y una iglesia que me daba escalofríos de tan solo mirarla. Nunca fui muy católica. Pero desde que el señor llamado Dios me estaba haciendo sufrir con Cocol, me había decidido a no volver a pisar jamás una iglesia.
Estaba en problemas. El Corazón Eucarístico de Jesús era no mucho menos que eso: un colegio católico. Con monjas dando vueltas por los pasillos, con sus estúpidos trajes de puritanas. ¡Zorras! Después se sorprenden cuando ven cómo una adolescente se masturba con un crucifijo. Denme un descanso, por favor. ¿Qué quieren hacernos creer? ¿Qué no necesitan sexo? ¿Que viven del amor de Dios? Me cansan. Me ponen de mal humor. Las monjas y los curas y todos esos depravados que andan por la calle pastoreando como si fuésemos ganado insensible y sin sesos. No quiero pecar de insensible pero ¿quién le dijo a determinado cura que puede eximirme de mis pecados? ¡Por Dios! Es ilógico. Que un tipo normal, porque seamos claros: no tienen más poderes que nosotros, diga que habla con Dios o que siente que el espíritu santo vive dentro de su bolsillo no es prueba de fe para mí. Necesitas decirme mucho más que eso para que yo te cuente cuántas veces hice el amor en una parroquia o que le robé el reloj a un paralítico en santa fe y corrientes. Los pecados se los guarda uno, o los escribe en un libro, o los graba desnuda en mini-dv y después vende la cinta. No sé. Pero ¿por qué habría de contarle mis pecados a un hombre que viste de negro y eventualmente viola a menores de edad? Mmhh… buena pregunta, sin respuesta alguna. Es decir, si en algún momento a alguien se le ocurre una buena respuesta que no incluya la palabra “fe” puede enviarle un email a mi casilla y con gusto mi secretaria lo leerá. Es broma. No tengo secretaria y en ningún momento creo que se va a encontrar esa respuesta.
Mientras estaba en el patio con mi nuevo grupo de amigas, se me ocurrió visitar el baño y matar el mito urbano del papel higiénico. Resultado: en los colegios de monjas tampoco hay papel higiénico. Maldición. Entonces volví al aula para buscar algunos papelitos tisúes que tenía en mi cartera, para encontrarme con la agradable sorpresa: dos chicas que durante la última clase me habían estado hablando mal del resto, en este momento estaban espiando mi cuaderno. Había escrito en inglés, siempre yo tan precavida. Algo así como que me estaba gustando el colegio, pero que me costaba acostumbrarme a que éramos todas mujeres. Que había encontrado un grupo fantástico de chicas y que pensaba que iba a ser muy feliz. Boludeces. Y gracias a DIOS, je, en inglés. Siempre supuse que las dos espías del FBI no habían entendido ni cazzo de lo que escribí. De todas maneras, no decía nada demasiado incriminador. Cuando en el siguiente recreo mi cuaderno había desaparecido por completo, empecé a preocuparme. Lo encontré al final de la jornada escolar, durmiendo plácidamente debajo de un pupitre que previsiblemente no era el mío. Mi cuaderno había sido secuestrado y torturado, seguramente, para exprimir mis secretos.
Siempre tuve ese rollo, esa obsesión: escribir. Escribir cualquier cosa que me venía en mente, las cosas que me estaban pasando. O simplemente frases exterminadoras: “me cansé de este colegio”, “tal cosa me tiene harta”, “amo tal otra”, bla, bla. El papel es prudente. El papel no te es infiel, no te caga, te deja ser. No te pone cara de circunstancia aunque le estés contando que tenés morbo con las ratas egipcias o que te excita ver cómo los murciélagos duermen en el tapa-rollo de tu ventana. Quizás por eso no tenía amigas, porque todo lo que las chicas les contaban a sus amigas, yo lo reproducía con exactitud en mi cuaderno; y mientras la memoria de un ser humano puede fallar, las letras de los cuadernos son imborrables. Supongo que por eso siempre me aislé de esa manera: nunca tuve la necesidad de comunicarme, porque ya lo estaba haciendo. Escribir es comunicar, aunque mis escritos siempre terminaban escondidos y sin participar al mundo de mi dolor, mi felicidad o mi disconformidad porque me habían secuestrado el cuaderno lleno de iniquidades en el primer día de clases en el Eucarístico.
Las semanas siguientes fueron bastante más placenteras y empezó a surgir mi lado cómico. Una faceta mía que estaba profundamente enterrada en lo más oscuro de mi ignorancia. Hasta ese momento jamás supe que tenía sentido del humor. Lo cierto es que develé una especie de don de la risa, o mejor: un don de la oratoria. Me invitaban a los cumpleaños y me hacían contar una y otra vez la historia del perro que me mordía. Por supuesto, no sólo yo la contaba sino que me paraba y hacía toda la mímica. Es muy gracioso contado, en serio… de hecho, y lo digo casi sin vergüenza, lo sigo contando de vez en cuando. Uno con esa historia gana. Es así, es fácil. Es cómica, es inocente, es la historia de cómo entrar en un grupo simpáticamente, sin querer dominar terrenos con previa ocupación. Las líderes de aquel grupo estaban muy bien elegidas y no tenían ninguna gana de ceder el trono y ningún problema en luchar a diente filoso contra cualquier adversaria. Yo no podía ser tan maleducada de aceptar la invitación al grupo y querer ser líder… y sin embargo a veces no puedo conmigo misma.
A la semana ya me sentía una más y recibía llamadas telefónicas como si las hubiera conocido desde jardín de infantes. Las chicas que no pertenecían al grupo y que se animaban a cruzar palabra con la desconocida, a.k.a yo, me decían: “cuidado con las del grupete. Son falsas. Hoy te quieren, mañana te desechan”. Sí, claro. Mmm… ¡¡qué olor a envidia!! Típico. Estuviste toda tu infancia queriendo entrar en el grupo sin éxito y tu futuro más prometedor es el de ser monja del colegio al que asistís. Esa es tu máxima aspiración. Y de buenas a primeras caigo yo y entro casi sin golpear. Uff… no debe ser excesivamente agradable. Pero es así, la vida es injusta. Y algunas adolescentes, también lo somos.
Laura me invitó a su casa para ver un partido de fútbol de la selección nacional. Tenía la mejor casa en la que hubiera estado jamás. Decorada en un setenta por ciento con mármol reluciente, hermosos jarrones oscuros, una televisión de pantalla plana, televisión satelital y hasta reproductor de dvd. Yo no podía creerlo. Era 1998 y lo único que tenía en mi casa era una computadora IBM del 97 que usaba windows 3.11. Sepan comprender: aquello era un palacio.
Cuando entré, con los ojos algo desorbitados, las encontré a mis compañeras (sólo a los miembros del grupete, claro) acostadas confortablemente en un sillón blanco que rodeaba gran parte de la sala de estar, cantando a la voz de “Batistuta we love you!”. Era como estar en un sueño: tenía amigas y creía que eran las mejores que pudiera haber encontrado. Estaba convencida de que por fin me estaba codeando con gente como yo, o que quizás finalmente había encontrado un modelo a seguir: inteligente, graciosa y buena alumna. ¿Qué más quería?
Laura me mostró su casa y en cuanto llegamos a su habitación no logré evitar mirar su computadora. Tenía todos los accesorios, que en aquel momento eran un lujo: grabadora de cds, muchos cds vírgenes, un monitor de pantalla plana (o sea, es el día de hoy que yo todavía sigo escribiendo en un monitor “Kely, the brightest choice” (?)), etc. ¿Querés conectarte a Internet?- me preguntó. Yo temblé. Había estado en Internet en la casa de Zú y me había creado una cuenta de email pero ciertamente no la recordaba y no podía esperar para bajar y ver el partido con mis nuevas amigas. No por el partido, nunca me entretuvo el fútbol (y de hecho, no lo entiendo), sino porque quería compartir eso con ellas. Le dije a Laura que entraría en Internet un poco más tarde y finalmente nunca lo hice.
Vimos el partido entre helados y cigarrillos: detalle, en ese colegio todas fumaban. Excepto yo. Ni siquiera se me había ocurrido probar el cigarrillo y hasta me parecía una falta de respeto a los padres de mi compañera y dueños de esa casa. Uff… me odiaba yo, tan rigurosa, tan educada, tan bien aprendida.
“Ah… ni te preocupes por el papá de Laura- me dijo una de las chicas y bajó la voz casi convirtiéndose en un siseo de víbora- es un chorro cualquiera. Un estafador. ¿Por qué pensás que tienen esta casa y esos autos? El tipo es ladrón, es político… vos sabés cómo son estas cosas. Es más, la semana pasada salió esta casa en el diario y lo re escarcharon… ¡pobre Lau!”. Menudas amigas tienen. Veo cómo se quieren entre ustedes. Pero si ese era el juego, a jugar se ha dicho. No pensaba perder una partida más hasta el día de mi muerte. Y es una promesa aún difícil de olvidar. Si esas iban a ser mis amigas, entonces tendría que aprender a tejer telarañas y a sobrevivir en un nido de arañas pollito.